Se solicita
Terminator
- .-La
conquista del bárbaro
Recién publica la revista Esquire una curiosa historia de Tom Junod sobre
Arnold Schwarzenegger, que entre otras cosas es el austriaco que gobierna con
sonoro éxito el estado de California. Se siente uno hasta incómodo de tener que
añadir nada al solo nombre de quien, observa Esquire, es el más rico y
famoso de todos los gobernadores americanos. El único que vuela diariamente a su
casa y lo hace por su cuenta, en su avión particular. El que todos quisieran
conocer, el único capaz de darles lo que Junod llama Arnold Experience.
El mismo que a mediados de los setenta se metió a ver una película de Charles
Bronson sólo para entender cómo podía hacer un inmigrante para ganar un millón
de dólares por película, y así salir del cine convencido de que podía
conseguirlo. El que con ese método consiguió gobernar California.
¿Qué gringo con conciencia de tal no va a sentir consquilla por estrechar la
mano de Conán el Bárbaro? ¿Cuál de ellos libraríase de salir del despacho del
Big Arnold convertido en ferviente conanista? ¿A cuál le importaría saber que el
más demócrata de los gobernadores republicanos creció hablando alemán y hace
sólo tres décadas no mascaba una Scheisse de inglés? Si observamos las fotos de
Schwarzenegger rodeado de políticos, dignatarios o ciudadanos —todos quieren su
copia, de eso no hay duda— notaremos que siempre da un paso hacia adelante, de
modo que en la imagen aparezca más alto, pues en la realidad no lo es tanto.
Pero es el Terminator. Por poderosos o ricos que sean, sus interlocutores
no han sido vistos por media humanidad disparando dos ametralladoras al mismo
tiempo, ni amputándole el brazo a un villano a sable limpio. He olvidado ya el
año y el cine, pero recuerdo fresca la voz de la señora en la butaca de atrás: ¡Ay,
Dios, qué hombre tan bruto!
2.-Entre Rina y Colorina
Según Schwarzenegger, más de uno se rió de su pretensión de ganar un millón de
dólares por actuar en una película, tomando en cuenta su dicción espantosa. Se
entiende así que lo difícil fuera llegar a Conan y Terminator, hazañas
que se antojan más complicadas para un inmigrante físicoculturista que llegar a
gobernador de California desde lo alto de Hollywood. Y eso que a los
californianos tanto les satisface, al resto debería preocuparnos. El problema no
está en la obvia escasez de supermanes a la medida de las necesidades
planetarias, como en el hecho cada día más claro de que a un político lo
reemplaza cualquiera, más la certeza hollywoodense de que siempre será para
bien. Imaginemos a Latinoamérica gobernada por sus grandes estrellas, que por lo
general provienen del infra-infra hollywoodcito de las telenovelas. Trato de
dibujarme la pesadilla y me pregunto si sería capaz de terminar votando por
Lucía Méndez. ¿Quién me asegura, además, que aun esa elección disparatada no
sería mejor al promedio de los congresistas que hoy día supuestamente me
representan?
Alguna vez, en la carrera de Ciencias Políticas y Administración Pública, un
profesor, y a su vez funcionario público, confesó para alivio de varios entre
los presentes, que en su opinión todos los cargos públicos parecen complicados
en principio, “y dos meses después se da uno cuenta de que la chamba es una
vacilada”. No se trataba, pues, de realmente aprender a administrar nada, sino
desarrollar, con todo y sus coartadas patrioteras, la lógica becaria del
mamapatrias. Por muy Conan y Terminator que haya podido ser,
Schwarzenegger no podría jamás lograr en un estado mexicano lo que hizo en
California. Porque aquí nos decimos generosos, pero abundan los díscolos y sus
admiradores. Nos molesta y nos duele que los vecinos planten un muro en la
frontera, mas aquí al extranjero o al hijo de extranjeros se le estigmatiza no
bien comete el atrevimiento de pretender hacerse mexicano y esperar que por eso
no se haga sospechoso. Si los políticos que hoy dicen representarme alimentan
esa clase de fobias idiotas, no me queda sino lamentar que Mickey Rourke no
pueda ocupar su lugar. No habría, cuando menos, que ser un lambiscón para querer
tomarse una foto junto al Motorcycle Boy.
3.-El show que no era
show
Votar por un político “porque no es político” no parece distinto de irse con
una puta “porque no es puta”. Esto es, que a pesar de los hechos, o de la falta
de ellos, quien manda aquí es la fe. Se cree en principio todo lo que se quiere,
y un parpadeo después ya siente uno que quiere todo lo que cree. Y al final lo
que la mayoría espera es la llegada de un Schwarzenegger. Alguien con quien
disfruten del placer de pelearse por salir en la foto y rara vez pedirle más que
una foto. Alguien cuyo glamour lo arregle todo razonablemente. “Todo es puro show business”, ha dicho el gobernador de California, impecable
administrador público desde que descubrió que el problema no estaba en meterse
un millón de dólares, sino en conservarlo.
No parecía serio ni sensato que la gente votara por el
Terminator, pero
al cabo menos tenía que parecerlo votar por Hugo Chávez o George Bush, y hubo
gente que lo hizo. Entre tanta apariencia, no es difícil temerse que aun los
cargos más difíciles y comprometidos pueden llegar a ser equivalentes a llevar
la administración de una tanda de oficina. ¿Quién se ríe más de quién, el que lo
hace porque la actriz o el boxeador quieren ser senadores, o el que afirma saber
que ese trabajo es una vacilada? No importa en realidad si lo sabemos o lo
sospechamos. La fe no pide pruebas. Es por fe que creemos en los políticos que
no son políticos y en las hetairas que no son hetairas y en los mentirosos que
no dicen mentiras y en los ladrones que ahora sí ya no van a robar. Y es por fe
que al final se impone el Terminator, porque a este puerco mundo sólo
puede arreglársele en el cine.
MILENIO
DIARIO. LUNES 3 MARZO